miércoles, 5 de enero de 2011

Carta a una consagrada

Estimada Ana (el nombre es ficticio):

He estado dando conferencias en varios lugares del mundo y no tenía tiempo para responder a su pregunta con la calma que ésta merecía. Y digo “que esta merecía”, porque las cuestiones que me planteaba en su escrito, eran cuestiones muy importantes.
Puedo asegurarle que nunca exorcicé al Padre Maciel. Sus problemas eran de índole moral, no demoníaca. Una cosa son los problemas relativos al pecado, y otros los problemas de tipo extraordinario causados por el demonio. Son cosas distintas aunque, en ocasiones, ambos problemas puedan estar unidos. Dados los datos de los que dispongo, los problemas de su fundador fueron de naturaleza moral. Si en él hubo algo más que problemas morales, carezco de esa información. Aunque, insisto, hubiera lo que hubiera, en él lo esencial fue un problema de pecado.

Antes de seguir con esta carta y abordar la segunda parte de su consulta, quisiera dejar claro que no pertenezco ni a los Legionarios de Cristo, ni a Regnum Christi, y que la espiritualidad de la Legión me es totalmente ajena. Soy un sacerdote diocesano, que siempre he sentido inclinación por la vida benedictina. Nunca he sentido la más mínima atracción por la espiritualidad de la Legión. Por eso mis palabras vienen dictadas sólo por amor a la verdad, sin que en mí influya ninguna consideración humana.

Tampoco espero ningún tipo de agradecimiento por lo que le voy a decir. Mi relación con la Legión se limita cada año a dar algunas conferencias a miembros de Regnum Christi, como lo hago con otros movimientos. Dada mi vocación ni espero, ni puedo esperar, en la Legión ir más allá de lo que ya hago. Queden estas palabras claras desde el principio para que se vea que lo que voy a decir lo digo desde fuera de la Legión. Hablo desde fuera, pero desde el conocimiento. Dudo que en la Iglesia haya alguien que sin ser legionario, haya visitado tantas casas y tantos padres de su congregación como yo lo he hecho año tras año.

Entiendo a la perfección el gran sufrimiento que una situación así les haya causado. Pero tal como veo las cosas, el padre Maciel recibió de Dios el encargo de fundar los Legionarios de Cristo, aunque después no perseverara en cumplir sus votos. Vuestro padre recibió un encargo de Dios, pues la obra que surgió de él, no fue una obra humana. Sin Dios detrás, todo hubiera quedado en un deseo, en un intento, como tantos que hay en la Iglesia. Cada año cosas así se intentan cientos de veces a lo largo y ancho del mundo. Pero la inmensa mayoría de esos intentos vuelven a la nada o no van más allá de la formación de un grupo de unas decenas de personas. El modo en que Dios ha bendecido la Legión ha sido la admiración y la envidia hasta de sus más acerbos enemigos.

En mi opinión, el padre Maciel comenzó con buena intención, con fe, con vida estricta y entrega personal. Los comienzos de la Legión fueron muy duros. Pero después cayó en sus pasiones, tras algún tiempo fue vencido por ellas, finalmente se desanimó y dejó de luchar. Pero la obra ya había echado a rodar, ya andaba por sí misma.

No entiendo el caso de su hermano legionario que se ha salido de la Legión por esta razón de los pecados del fundador. En mis viajes me han comentado de más casos de personas consagradas que se han salido del movimiento por esta misma razón. Jamás podré entenderlo. Uno se consagra a Dios, no a una persona.

Si mi obispo fuera un hombre perverso, mentiroso y lujurioso, ¿dejaría yo mi sacerdocio diocesano?

La consagración es algo sagrado. Es un vínculo con Dios. Es una fuente de santificación diaria para el alma que de este modo queda conectada con la Santísima Trinidad de un modo, diríamos, matrimonial. Las personas de los escalafones jerárquicos no son nada frente a Dios. Para un consagrado, Dios lo es todo.

Sé del caso de un padre en España que fue a buscar a su hijo a un seminario de los legionarios para llevárselo a casa. El hijo, en medio de las malas noticias sobre el fundador, en plena zozobra, hizo las maletas y se fue con su padre. Conozco al padre y al hijo, y ni los disculpo, ni los excuso. Hay muchas razones para marcharse de un seminario, pero ésta no es una de ellas. ¿Tan poco conocía a Nuestro Redentor el padre que era de comunión diaria? Mis palabras pueden parecer duras, pero en el Juicio Final su acción será enjuiciada desde la eternidad, y sus razones humanas serán vistas desde su vacuidad.

Yo fui a estudiar Teología a la Universidad de Navarra porque un sacerdote de la Prelatura del Opus Dei así me lo aconsejó. Pero eso fue una causa instrumental. Fui a Navarra porque escuché la voz de Jesús. Fui, me quedé y perseveré por una sola razón: Dios y la eternidad. Los humanos que me acompañaron en este viaje de mi vida que ha sido mi sacerdocio, han sido sólo eso: compañeros.

No me he quedado en mi puesto de mi parroquia por ningún obispo, ni por ningún santo, ni por las razones de ninguna obra teológica, ni porque me encontrara a gusto. Si me he quedado en mi parroquia, ha sido porque escuché la voz del Redentor que me pidió que me consagrara a Él. No escuché nunca ninguna palabra audible, no tuve ninguna visión, ninguna revelación. Pero cuando uno se consagra enteramente, su voz resuena de un modo inaudible pero perfecto. Y eso sucede en cada consagrado si hace el silencio dentro de su alma y escucha la voz de la Divinidad. Frente a una cosa tan maravillosa, tan prodigiosa, los pecados del padre Maciel no significan nada, no son nada, no cambian nada.

En mi opinión, la Legión ha sido extraordinariamente bendecida por Dios. No ha sido menos bendecida de lo que lo fue Abraham, Isaac o Jacob. Sus rebaños se extienden por todo el orbe. Frente a una situación de grandeza tan evidente, Dios ha permitido la prueba, la cruz, el sufrimiento, la humillación, la vergüenza. Se trata de una purificación. Dios bendice con la cruz. Y la Legión ha sido bendecida con la cruz.

Confío en que mis palabras le hayan podido servir a usted y a sus hermanas de algo.

Que Dios le bendiga.

martes, 4 de enero de 2011

La carta de Monseñor Velasio De Paolis a los Legionarios de Cristo

Hace varias semanas, me hicieron llegar a mi dirección postal en mi diócesis la carta que el Delegado Pontificio de los Legionarios de Cristo ha enviado a esa congregación. Metí la carta entre otros papeles para leer más adelante. Hoy, ya en Roma, he leído la carta y me gustaría hacer algunos comentarios.

El primer comentario es que creo que Monseñor De Paolis está haciendo la cosas bien, con prudencia, con conocimiento de las cosas. Si no lo pensara así, no escribiría estas líneas. Me callaría. Hacer las cosas bien, supone que siempre habrá algunos que piensan que no se está haciendo nada. Pero entre la nada y el todo, está la prudencia. Los proclives a dar golpes en la mesa y a reformar las cosas tirándolas abajo, no valen para un cargo así.

Monseñor De Paolis tiene un cargo extremadamente difícil. Unos le van a acusar de no haber comprendido el espíritu de la congregación y de querer cambiarlo todo. Otros le acusarán de no haber cambiado nada y dejarlo todo como está. Pero afortunadamente los que le critican son gente fuera de la Legión y fuera de Regnum Christi. Dentro apenas hay nadie que le esté criticando. Si alguien lo hace es a escondidas y como algo excepcional. Y es que eso sí que es digno de elogio. La Legión ha sido obediente al Sucesor de Pedro aunque ello hubiera supuesto su misma supresión. Los legionarios no han puesto ninguna cortapisa al Delegado Pontificio. Aquí estamos, haga lo que tenga que hacer.

Francamente, eso muy pocas realidades eclesiales serían capaz de hacerlo con la sinceridad y obediencia que ellos lo han hecho. Y aun ha habido algunos (sobre todo periodistas) que querían que se disolviera la Legión. Menos mal que no les ha dado por anular cada diócesis allí donde ha habido un mal obispo, o cada parroquia allí donde ha habido un mal párroco. El heroismo de la Legión ha sido digno del mayor de los elogios. Me gustaría ver a muchos de los que han criticado a los legionarios, en la misma situación para ver lo que ellos hacen. Todos los que pertenecemos a un presbiterio diocesano sabemos lo que le cuesta a un obispo hacer la más pequeña reforma. Basta que un grupo o un sector se sienta afectado, para que se pongan palos en las ruedas, se critique y se alce la voz contra el obispo día tras día. Nada de eso ha sucedido en la Legión. Muchos inocentes habrán llorado a solas por el sufrimiento del descrédito acarreado, pero después se han presentado virilmente ante el Delegado y han dicho: aquí estamos, haga lo que tenga que hacer.

lunes, 3 de enero de 2011

La fidelidad

La fidelidad a una congregación (la que sea) es fidelidad a Dios. La Legión no pondrá ningún problema a que salgan de ella los miembros que así lo deseen, de eso estoy bien seguro. Si yo fuera legionario tendría un gran deseo de que todos aquellos que no tuvieran ganas de continuar salieran cuanto antes. Es más querría que salieran cuanto antes.

Pero muy a pesar de que yo tuviera esas ganas, cuando me preguntaran debería recordar que abandonar o no abandonar una congregación no es una cuestión moralmente indiferente. La Iglesia no dice: ambas posibilidades son iguales, elegid la que queráis. Y no dice eso porque no son iguales, pues las promesas hechas a Dios de servirle en una congregación, son promesas que obligan.

La Iglesia da la posibilidad de salir, pero la Iglesia no dice que ambos caminos son exactamente iguales a los ojos de Dios. Cada uno debe ser fiel a su camino.

Cada uno debe perseverar, aun admitiendo que hay casos en los que un religioso puede lícitamente salir de su congregación. Por ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta pidió salir de su congregación para fundar una nueva. Tenemos también muchos ejemplos de religiosos que han sido movidos por Dios para salir de su congregación, para entrar en otra más estricta.

Pero aunque haya excepciones, en principio, como norma general, uno debe perseverar en el camino al que fue llamado. Las razones por las que uno puede hacer votos solemnes en una congregación son muy variadas, algunas aparentemente muy humanas o fortuitas. Pero al final el lugar donde uno profesa, es el lugar adonde uno ha sido llamado por Dios. Insisto, esa llamada es divina por más que las razones para llegar a ese sitio puedan parecer meramente humanas y no divinas. Pero aunque uno llegara a un sitio por razones completamente humanas, la profesión solemne es algo divino, es un holocausto, una inmolación. La persona deja de pertenecerse para entregarse enteramente a la Divinidad. Uno abandona su propia voluntad para entregarse a Dios en ese camino. Un voto solemne es un arrojarse al abismo de amor del Ser Infinito. No exagero lo más mínimo cuando digo que es eso un voto solemne. Si alguno alberga una idea más mediocre de lo que es un voto solemne, jamás deberá emitirlo. El voto solemne o es entrega total cuando se profesa, o será un desastre.

Las dudas, la insatisfacción, comienzan a aparecer cuando se comienza a verlo todo de un modo humano de nuevo. La entrega puede ser total al principio, y después albergar ciertas restricciones después. Esas restricciones cambian el modo de mirar la propia congregación. Y así lo que antes parecía una legión de Jesucristo, ahora aparecerá como una asociación humana con fines humanos. Es decir, se ven con ojos terrenos las realidades que tienen que ver Jesús y sus seguidores. Pero si ese proceso de humanización continúa, también la diócesis a la que uno vaya aparecerá bajo esa luz que ya no es sobrenatural, y al final hasta la misma Iglesia acaba viéndose como una multinacional.

domingo, 2 de enero de 2011

La palabra que sale de la boca

En la Iglesia debemos intentar no crear contraposiciones, como bien decía en su carta Monseñor De Paolis. Por el contrario, debemos intentar unir, colaborar, crear buen ambiente, contribuir, aportar, empujar en la misma dirección. Decir las cosas, aportar, ser sinceros, hacer comprender al hermano el defecto que le afea, pero todo con caridad, con amor, intentando no hacer daño.

Unas cosas deben decirse en público, como si de un concilio se tratara, porque de la conversación muchas veces sale la luz. Pero otras cosas, por su misma naturaleza, hay que decírselas al interesado en privado, jamás, ¡jamás!, en público so capa de que es por su bien. Otras cosas, también por su misma naturaleza, hay que decirlas al superior, pues ya nada se puede esperar de la corrección fraterna.

La palabra puede ser medicina o puede ser puñal. En boca de unos daña, en boca de otros sana, conforta, es como un bálsamo.

Debemos entender que todos vemos las cosas de un modo parcial. Cuántos creen tener la verdad total y absoluta sobre asuntos opinables. ¿No nos acordamos de cuántas veces nos hemos equivocado en nuestra vida al juzgar?

Debemos abrirnos al otro, debemos abrirnos a lo que piensa el otro. Qué triste es intentar prevalecer. ¡Yo tengo razón!, dice el necio en su interior. El hombre sabio duda de sí mismo, escucha y se somete incluso cuando las cosas no son como le gustan. Someterse, sí. Una palabra fea a los oídos de algunos. Pero en la vida religiosa no cabe otra posibilidad. Los sacerdotes seculares lo hacemos con nuestro obispo. Incluso los laicos deben obedecer de acuerdo a los parámetros de su estado.

sábado, 1 de enero de 2011

La confianza

A ningún fraile se le obliga a confiar en una orden religiosa. Tampoco a ningún legionario se le obliga a confiar en sus superiores. Con que obedezca cumple lo mínimo.

La desconfianza, a veces, nace de la inteligencia. La inteligencia percibe cosas y deduce que no puede confiar. Pero muchas otras veces la sospecha, la desconfianza, son siembra siniestra del Maligno. Del Tentador que extiende la maledicencia a través de los pecados de la lengua.

Aquellos legionarios que queden anclados en el tiempo preterito, que miren una y otra vez sólo y exclusivamente los errores del pasado, no avanzarán, no vivirán felices.

A nadie se le obliga a tener confianza, pero sembrar la desconfianza es un pecado: en una congregación, en una parroquia, en una familia.

Respecto a la reglamentación y la praxis.

Es indudable que la congregación se halla en un proceso de reforma. En cierto modo, la Iglesia también. Hasta yo mismo intento estar en continuo estado de renovación, mejora y cambio.

La palabra reforma no significa que todas nuestras seguridades quedan en entredicho hasta que acabe el proceso de renovación. Y lo que desde luego no significa la palabra reforma es que a partir de ahora la obediencia no será tan estricta. Resulta impensable en un religioso la idea de que la obediencia debe ser diluida. Para eso era mejor no haber entrado en ninguna congregación. Fuera de la vida religiosa existe toda la libertad del mundo.

La obediencia no está reñida con el diálogo. Cuánto más diálogo mejor. La obediencia no está reñida con decirle al superior lo que uno piensa. A veces al superior hay que decirle con toda claridad que tendrá que dar cuentas a Dios de sus decisiones. Recurrir al superior del superior a veces es un imperativo de conciencia. El que sigue el camino adecuado siente paz en su alma. El que va murmurando por las esquinas está intranquilo en su corazón.

La Legión como obra de Dios

Monseñor De Paolis escribe: La Legión ha sido aprobada por la Iglesia y no puede no ser considerada como una obra de Dios.

Cuando a lo largo de mi vida me han preguntado: ¿Qué piensa usted del Opus Dei? ¿Y de los neocatecumales? ¿Y de los carismáticos? ¿Y de Comunión y Liberación? Mi respuesta siempre ha sido la misma: Si tal cosa ha sido aprobada por la Iglesia, ES parte de la Iglesia. Yo no puedo condenar lo que la Iglesia ha aprobado.

Eso no significa que todo en esas instituciones sea perfecto. Seguro que hay cosas buenas y malas en sus integrantes, o aspectos en las mismas instituciones que deben ser mejorados o reformados. Pero tales instituciones como tal son buenas. Quien a vosotros oye, a mí me oye, les dijo Jesús a los Apóstoles. Si los sucesores de los Apóstoles me dicen que una institución es buena, punto final.

Todos estamos acostumbrados a escuchar a tal o cual cristiano criticando al Opus Dei, a los carismáticos o a tal o cual institución. A veces hasta resulta de buen tono criticar un poco. Pero no obraron así San Juan de la Cruz, el Cura de Ars, Santa Teresa de Lisieux o la Madre Teresa de Calcuta.

En una comunidad religiosa se puede mantener entre sus miembros al que tiene una debilidad (sea el alcohol o la addición a Internet), se le puede mantener para ayudarle. Pero nunca se puede mantener al murmurador. Al sembrador de cizaña hay que abrirle la puerta cuanto antes para que salga. Si está descontento, ¡pues que salga!

La Legión se fundó para la gloria de Dios y el bien de las almas. Y esa labor no está por hacer. Se ha hecho y se hace.

El mal cometido por alguno de sus miembros ha sido muchísimo menor que el bien realizado a millones de almas.

Los medios para hacer ese bien a veces requieren fundar colegios, buscar dinero, o pedir a bienhechores. A ver si se piensan algunos que la Madre Teresa de Calcuta logró hacer bien a los pobres sin el concurso de eso que llamamos dinero. Para hacer el bien a las almas y a los necesitados se necesita dinero. Por lo menos en este planeta eso es así.

La responsabilidad de los superiores

Muchos me manifiestan sus dudas sobre los superiores de la Legión. Sobre este asunto mi postura es muy clara: dejemos que la Iglesia haga su trabajo. Es la Iglesia la que tiene el encargo de juzgar si alguien fue culpable de algo. Yo no tengo toda la información. Ni la información, ni el tiempo para investigar, ni los medios para llegar a las conclusiones justas. Si alguien sabe algo, que lo denuncie por los cauces reglamentarios. Denunciar es una obligación de conciencia. Ir propalando rumores (me han dicho..., sospecho que..., me ha llegado a mis oídos...), eso no construye, destruye.

Los sucesores de los Apóstoles tienen el deber de juzgar, aunque no quieran hacerlo. Y para ello deben investigar, dedicando a ello todo el tiempo que sea necesario. Un Sucesor de los Apóstoles DEBE juzgar. Para ello debe llegar hasta el final, y debe ser consecuente en la labor de limpiar la Casa de Dios llegando hasta sus últimas consecuencias. La labor de investigar debe ser minuciosa, justa y férrea.

Para un sacerdote que ha caído en una tentación con una mujer, cabe la misericordia, cabe decir: venga, levántate y no peques más. Para un sacerdote que ha caído en el vicio del alcohol cabe que el obispo le ayude a salir de eso, sin usar la justicia, sino la caridad. Pero ante otros pecados no sólo no cabe mirar a otro lado, sino que se debe defender la viña de Dios de los zorros.
El robo, la pederastia, ciertas complicidades, determinadas omisiones, por citar algunas cosas, deben ser investigados. Son trabajo del obispo, un deber. No es algo que se haga si se tiene tiempo o si le parece bien, es un deber que si no se realiza se cae en culpabilidad grave. Esto no es que nos lo tengan que decir como cosa nueva los actuales documentos de las congregaciones, sino que ya lo decían los viejos manuales de moral. En realidad, todo estaba escrito en ellos. No hemos descubierto nada nuevo.

Conclusión a la Carta de Monseñor De Paolis

¿Hemos visto algo en los acontecimientos del Padre Maciel que no hayamos leído en la Biblia, ese libro donde se relatan tantos pecados, tantas traiciones, tantas debilidades, tantas felonías? Todo, por tanto, suena a conocido. Se ha repetido miles de veces, decenas de miles de veces, a mayor o menor escala, en los gentiles y en los servidores de Dios, en el Antiguo Testamento y en el Nuevo.

¿Por qué suceden estas cosas? Por el pecado. ¿Cuál es el remedio, la solución, el camino de salida? La virtud. La virtud que se logra por los medios habituales tantas veces repetidos por la tradición cristiana.

La reforma no requiere de medidas complicadas. Con el ejercicio de la virtud una congregación se construye. Con la permisión de lo que no es recto, hasta las casas más sólidas han caido. La solidez de la casa de la Legión ha quedado comprobada. Otras se hubieran resquebrajado por todos sus muros.

La Legión es algo bueno, es algo querido por Dios, es una obra de Cristo. El Fundador de la Legión, en espíritu, llevaba ya buena parte de su vida fuera de la congregación. La Legión y Regnum Christi fueron levantados por muchos hombres y mujeres que dieron su vida por seguir una llamada a construir el Reino de Dios sobre la tierra. La llamada provenía de Dios, aunque el mensajero inicial cayera abatido en esa batalla espiritual.

No debemos sentir ningún mal sentimiento hacia el Padre Maciel. Fue víctima de sus propios pecados. Seguro que él sufrió más que nadie. Pues el que hace el mal sufre más, creedme, que el que lo sufre.

Ahora lo que hay que hacer no es no mirar al pasado, sino por el contrario mirarlo y reflexionar para que cada uno saque sus propias conclusiones para su vida personal. La vida del Padre Maciel no es algo a ocultar, sino una gran enseñanza para todos. Su existencia nos muestra como estando llamados a la excelsitud de la vida mística, podemos caer en el lodo, y finalmente llevar una vida doble, dividida, falsa y por tanto sufriente. Nadie sufre más que el que hace el mal. No hay mejor vida sobre la tierra que la de la virtud, la vida en Cristo.

Como el profeta Elías, los legionarios deben tomar ese alimento espiritual traído por manos de ángeles, y ponerse en camino y aprestarse para una lucha que se libra con las armas del espíritu. El Señor que comenzó esta obra buena, la llevará a término. Amén.

Hoy acaba esta serie de post sobre los legionarios. Como dentro de unos meses sería un poco complicado ir buscando estos post uno a uno, para mayor comodidad, todos los post sobre los Legionarios de Cristo están reunidos en este link
http://loslegionariosdecristo.blogspot.com/