sábado, 1 de enero de 2011

Respecto a la reglamentación y la praxis.

Es indudable que la congregación se halla en un proceso de reforma. En cierto modo, la Iglesia también. Hasta yo mismo intento estar en continuo estado de renovación, mejora y cambio.

La palabra reforma no significa que todas nuestras seguridades quedan en entredicho hasta que acabe el proceso de renovación. Y lo que desde luego no significa la palabra reforma es que a partir de ahora la obediencia no será tan estricta. Resulta impensable en un religioso la idea de que la obediencia debe ser diluida. Para eso era mejor no haber entrado en ninguna congregación. Fuera de la vida religiosa existe toda la libertad del mundo.

La obediencia no está reñida con el diálogo. Cuánto más diálogo mejor. La obediencia no está reñida con decirle al superior lo que uno piensa. A veces al superior hay que decirle con toda claridad que tendrá que dar cuentas a Dios de sus decisiones. Recurrir al superior del superior a veces es un imperativo de conciencia. El que sigue el camino adecuado siente paz en su alma. El que va murmurando por las esquinas está intranquilo en su corazón.

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