
La desconfianza, a veces, nace de la inteligencia. La inteligencia percibe cosas y deduce que no puede confiar. Pero muchas otras veces la sospecha, la desconfianza, son siembra siniestra del Maligno. Del Tentador que extiende la maledicencia a través de los pecados de la lengua.
Aquellos legionarios que queden anclados en el tiempo preterito, que miren una y otra vez sólo y exclusivamente los errores del pasado, no avanzarán, no vivirán felices.
A nadie se le obliga a tener confianza, pero sembrar la desconfianza es un pecado: en una congregación, en una parroquia, en una familia.
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